Había una vez un chico de 17 años llamado Manuel, que vivía en las montañas del Perú. Trabajaba como pastor y tenía un rebaño de cabras y ovejas. Pero Manuel estaba hastiado. Una vida como pastor retirado en las montañas le parecía aburrida. Él quería ser influencie de Internet, viajar por el mundo y ser famoso; y a pesar de que la recepción 4G de su laptop y teléfono celular era pésima en su ubicación actual, Manuel se la pasaba muchísimo tiempo conectado a Twitter, escribiendo comentarios insultantes en el feed de comentarios.
A pesar de que Manuel se sentía orgulloso, con esos comentarios no logró obtener la fama virtual que deseaba. Hasta que un día, se le ocurrió una treta de Internet con la que quizás lo conseguiría.
El plan involucraba asustar mediante un fotomontaje a los humildes pero crédulos habitantes de la pequeña aldea al pie de las montañas. Sabía que funcionaría porque los habitantes tenían un grupo de Facebook. Lo primero que hizo fue sacar una foto de las ovejas de su rebaño, brincando plácidamente en los pastizales; foto que subió a su laptop e importó a un folder de Photoshop. A continuación, buscó en Google la foto más aterradora que pudiese hallar de un lobo; un lobo gris, con ojos amarillos, con la quijada abierta y el pelaje erizado cargado de electricidad. Con su conocimiento de los menesteres de Internet, creó el fotomontaje y lo guardó en forma de archivo .jpeg, con la capción “¡UN LOBO! ¡UN FEROZ LOBO SE QUIERE COMER A MI REBAÑO! ¡AYÚDENME, AUXILIO!”
Acto seguido, Manuel fue a su laptop y se conectó al grupo de Facebook de la aldea. Uno de los aldeanos se había quejado de que, por quinta vez consecutiva en la semana, sus cubos de basura no habían sido recolectados; pero no había tiempo para dejar un emoji de lágrimas de risa. Compartió su convincente trabajo de fotomontaje en el chat, y le dio “publicar”.
No habían pasado ni 2 minutos cuando el chat se inundó de comentarios de los lugareños; en estado de alarma, expresaba su miedo y pánico, mandaban mensajes de simpatía a Manuel, prometiéndole que “harían pagar al lobo.” Manuel sonrió, pero se dio cuenta de algo… ¿de dónde sacaría un lobo? O, mejor dicho, ¿Cómo convencería a los lugareños de que realmente había habido un lobo allí.
De repente, se le iluminó el foco. Con ayuda de arcilla, creo un molde en forma de pata de lobo muy convincente y lo fue pasando por el pasto, creando un sendero que llevaba hacia el pastizal. Cuando, minutos después, los aldeanos se presentaron con palos y antorchas, listos para darle una paliza al lobo, no lo encontraron. Manuel les explicó que el lobo ya se había ido, y había dejado intacto al rebaño. Pero les advirtió también que se cuidaran, puesto que el lobo era sanguinario y podría intentar atacarlos a ellos. Entonces la gente le creyó y se retiró, con sus corazones en vilo.
Por la noche, mientras todos dormían, Manuel bajó al pueblo, alumbrándose únicamente con la linterna del celular, y de la misma forma que había creado un rastro de huellas a lo largo de todo el pastizal, lo dejó también ahí. Subió nuevamente y se encerró en su cuarto con su laptop.
Satisfecho con su treta, Manuel la repitió varias veces, con capciones como “¡auxilio! ¡El lobo ha regresado!” Y lo que le fue con el anillo al dedo fue lo siguiente: a pesar de mostrar preocupación por el joven pastor, ninguno de los aldeanos se acercó ni una sola vez al pie de la montaña para cerciorarse con sus propios ojos si había un lobo o no allí. Todos estaban ocupados cultivando la envidia en Instagram, repitiendo lip-syncs de TikTok, y mandándose fotos inapropiadas y no solicitadas por Snapchat.
Menuda sorpresa se llevaría Manuel cuando, un día, se encontró con un lobo de real, patrullando el perímetro y sacando la lengua al captar a la vistosa nube de lana y pezuñas tras el corral. Más que horrorizado, Manuel estaba asombrado y entusiasmado. ¡Esto era demasiado bueno para ser real! Si lograba capturar al lobo en video, no necesitaría siquiera crear un fotomontaje. Estaba ya todo listo con la cámara del celular activada cuando…¡el tono de llamada se activó! ¡Su mamá y sus tíos le estaban marcando por teléfono, para decirle que ya era hora de cenar! Volteando sus ojos amarillos hacia Manuel, el lobo gruñó, salvando a las ovejas ¡pero poniéndolo en peligro a él! A pesar de estar asustado, Manuel ignoró la llamada de su familia, y grabando directamente al lobo, empezó a retroceder. Pero también en su pánico, no se dio cuenta que la cámara de su celular estaba en modo frontal. El resultado fue 1 minuto y medio de la regordeta cara de Manuel, con los ojos blancos de miedo, caminando hacia atrás sin razón aparente.
Menudo fue entonces el alivio que sintió cuando el lobo, con las fauces abiertas, se detuvo a centímetros de él, aulló, se dio la media vuelta, y se fue. Resulta que el lobo, al igual que Manuel, también era un ávido usuario de Internet, y en su cuenta de YouTube, el primer canal al que estaba suscrito era un noticiero anti-humanos, donde había leído que devorar humanos estaba relacionado con contraer repentinamente terribles enfermedades, por lo que se recomendaba ni siquiera tener contacto físico con ellos. Y recordando esa advertencia, el lobo siguió su camino hacia la noche oscura, con el estómago vacío pero la mente tranquila, sabiendo que había tomado la mejor decisión por su bienestar propio.
Una vez estando a salvo, Manuel se limpió el sudor de la frente con las yemas de sus dedos, se cambió la ropa empapada de sudor, metió sus dispositivos a una pesada bolsa de lona marrón, y se dispuso a bajar hacia la aldea. Cruzó nuevamente los 700 escalones que separaban el pico de la montaña de la seguridad relativa. La aldea en esos momentos parecía escena de una película apocalíptica: no se escuchaba ruido alguno y no había luna en el cielo; sin embargo, unos focos azules y tenues pronto iluminaron el interior de las casas. Al asomarse por las ventanas, Manuel notó que todos los lugareños estaban postrados sobre sus camas clavados en sus móviles, sus rostros bañados por esa misma luz tenue y azul, siguiendo con su rutina de scrollear el Facebook antes de irse a dormir.
Como estaban distraídos, y convenientemente conectados a Internet, Manuel puso un pie en la calle, se colocó en puntillas, y se abrió paso de casa en casa, procurando no despertar a Bolívar, el San Bernardo guía, que dormitaba al pie de una puerta, con un solo hilo de saliva que subía y bajaba, como un yoyo, a ritmo con sus ronquidos. Tras varios minutos de caminar, llegó al edificio que le interesaba: el ayuntamiento, que en ese momento estaba desocupado. Entró al lugar tras empujar la vieja puerta roja y se desplomó sobre el piso de madera, exhausto. A duras penas se arrastró hasta que encontró un contacto para enchufar sus dispositivos. Ya con las baterías recargadas y el aliento recuperado, Manuel se sentó en la silla principal, sacó su vara y se sacó una selfie que publicó en Facebook, declarándose el nuevo concejal de la aldea. Y los aldeanos, hartos de rumores sobre lobos y demasiado distraídos como para pensar en otra cosa, ni siquiera comentaron la foto.
Manuel permaneció en ese preciado trono hasta la mañana siguiente, que en la nueva junta el cargo se hizo oficial. Su trabajo como concejal se limitó a soltar mentira tras mentira, noche tras noche, semana tras semana, permaneciendo sin trabas e inimputable. Además, tras su excursión nocturna por la aldea, ya tenía toda la información necesaria sobre quiénes eran los aldeanos: cómo se llamaban, en qué trabajaban, y el tipo de contenido que solían consumir.
Así que durante al menos seis años más, Manuel fue refinando cada vez su estrategia de marketing en Internet, partiendo de la treta original del lobo. Sus memes y trabajos de edición fueron evolucionando, al punto que eran tan sofisticados y trabajados que ni siquiera parecían lobos. Manuel sabía que debía infundir el terror de los aldeanos con cosas que no pudieran explicar. La historia que más respuestas y comentarios tuvo fue una que hablaba de un ejército de lobos fantasmas/zombis/terminators (creados con gráficas digitales), que viajaban en el tiempo y por la noche se convertían en dragones robots voladores que sembraban caos y destrucción por donde quiera que fueran. Ese fue también el trabajo de edición que a Manuel más enorgulleció.
No tardó mucho para que todo este circo empezara a ganar disidentes. Un pequeño grupo de aldeanos (entre ellos el panadero, el carnicero, y la maestra de primaria) empezaron a notar algo sospechoso detrás de todo el asunto del lobo; al no haber pruebas contingentes de que hubiese un lobo ahí, habían perdido toda fe en que el asunto fuese cierto. Estos lugareños le hicieron saber su descontento en la sección de comentarios de su más reciente publicación, acusándolo de haberlos engañado y de haber usurpado injustamente el poder. Sin embargo, lo único que esto provocó fue que el resto de los lugareños (la gran mayoría) saltara a la defensa de Manuel, replicando esos comentarios con otros donde acusaban a los contingentes de mentir y propagar noticias falsas.
También ocurrió un caso interesante puesto que había otro pequeño grupo de contingentes, los cuales desde el primer momento supieron que todo era un engaño, que nunca hubo tal lobo, y que Manuel les había visto la cara a todos. Pero a este pequeño subtexto de lugareños no les importaba; es más, le daban like a todas las publicaciones, y en los comentarios le hacían saber a Manuel que les divertía. Después de todo, razonaban, no era algo que pudieran cambiar; y ni siquiera era algo que les afectara. “Ningún lobo va a comerme”, se decían, “y eso es lo único que importa”.
Seis años después de iniciar el rumor. Manuel tenía 17 años, y su carrera como influencer de Internet se había disparado. Además, decidió definitivamente que la vida de pastor no era para él, así que vendió su rebaño y se fue de la aldea. Con todo su dinero, compró un reloj Rolex, un Ferrari, un jet personal, y una mansión en Puerto España. Pronto, ya no tuvo que trabajar, podía dedicarse a disfrutar la vida, tomar el sol, surfear, y ser popular y exitoso. Mientras tanto, los aldeanos siguieron creyendo que había un lobo allí, y como nada en Internet dura para siempre, la gente se siguió tragando la historia hasta que al plazo de cuatro años más (10 años después de la treta original) fue noticia vieja.
Ja! No me hubiera imaginado que este cuento/fábula pudiera ser tan cibernética.