Narrativa ficticia
Hola, me llamo Augusta Jones. Crecí en Brooklyn, Nueva York. Soy la de en medio de tres hijos de un matrimonio afroamericano. Mi hermana mayor se llama Imani, y tiene 16. Mi hermano menor, Caleb, tiene 10. Mi papá, Thaddeus, es un veterano de la Guerra de Irak, originario de un pueblo rural en Oklahoma. Tras su retorno al país, se mudó a Nueva York, donde pasó el examen de matriculación y pudo abrir su propio restaurante. Después se casó con mi mamá, Serenity, una florista, y nacimos nosotros.
Ahora, no crean que Papá eligió meterse al ejército. Su papá, mi abuelo Grady, se hizo famoso como Marine en la Guerra de Vietnam, y esperaba que su hijo siguiera sus pasos. Desafortunadamente para mi abuelo, Papá siempre quiso tener su propio restaurante. Desde pequeño le apasionó la cocina, y a los cuatro años se la pasaba experimentando con nuevas recetas. Mi abuelo siempre fue muy conservador, y creía demasiado en los roles de género; siempre decía que eran las mujeres las que debían estar cocinando mientras los hombres servían al país, ya fuera en el ejército, o en campos importantes como el derecho o la medicina. El viejo Grady fue condecorado en Vietnam, y cuando mi papá tenía mi edad (13 años), murió en un accidente automovilístico. Como imaginarán, Papá quedó destrozado, pero del ejemplo de Grady aprendió lo que no quería ser cuando fuera padre, y se juró a sí mismo que, cuando sus hijos nacieran, no impondría roles de género en ellos.
Ahora hablemos de mí. Desde niña, me gustó el ballet, y no porque fuera lo que “socialmente” las chicas debían hacer. Realmente disfrutaba practicar e interpretar ballet. Ya lo llevaba haciendo en teatros, como parte de una compañía, desde los cinco años. Luego, a los nueve, descubrí otra pasión, esta vez en el baloncesto. Pero creía que no tenía oportunidad, porque los equipos en mi vecindario estaban compuestos exclusivamente por chicos, a diferencia de la compañía de ballet de la cual yo formaba parte, en las que éramos todas chicas. Por suerte, Papá, quien nunca creyó en los roles de género, acondicionó todo y, con unas amigas de mi escuela, formamos un equipo de baloncesto. Realmente le agradezco a Papá que crea en mí y me apoye en todo.
Esta historia toma lugar hace algunos años. Mi día básicamente se dividía así: Ir a la escuela de 8 a 2:30, luego práctica de baloncesto de 2:30 a 3:15, voy a casa a comer, hago la tarea, y los fines de semana practico ballet. Las temporadas de presentación en la compañía me mandaban tutores y estudiaba en casa para así tener más tiempo para prepararme. Y en medio de una de esas temporadas, ocurrió un suceso que cambió mi vida y me enseñó una valiosa lección.
Todo comenzó en el auditorio mientras ensayábamos para una presentación aquella tarde.
“Y 1, 2, y 3, demi pie, buena postura,” podía escuchar a la instructora, la Sra. Beaudygood, guiar a las chicas a mi derecha, que eran novatas. “Leah, intégrate a las demás.”
Después de terminar con ellas fue a verme a mí, y como siempre, era una de las mejores bailarinas de la compañía. Ni me corrigió, solamente sonrió para decir “muy bien hecho”, y continuó con la chica a mi derecha.
Al terminar la práctica apagó la música y se posicionó donde todos pudiéramos verla. “Bien, chicas, todas han estado practicando duro y la compañía se enorgullece de las jóvenes bailarinas que ha creado.” Levantó un dedo en este punto para hacer énfasis. “Teniendo esto en cuenta, prepárense apara esta noticia: por primera vez, vamos a incluir a un chico extranjero en nuestra compañía.”
La clase de la que formaba parte era muy diversa. Había chicas afroamericanas (como yo), de descendencia japonesa o coreana, etc. Pero nunca se nos hubiese atravesado por la cabeza tener un chico ahí. Era nuevo...¡y emocionante a la vez! Algunas de las chicas a mi izquierda empezaron a susurrar entre ellas y la Sra. Beaudygood aplaudió dos veces para que la escucharan.
“Y acaba de llegar”, dijo. Y en cuanto abrí la puerta...quedé embobada. Al pie había un chico alto y extremadamente apuesto de piel demasiado blanca. Tenía pelo rubio corto, pero perfectamente puntiagudo, con un fleco que le caía en la frente, y sus ojos azules resplandecían detrás de sus gafas de montura de titanio. Vestía una sudadera con capucha de color celeste, con rayas rojas, una bufanda café, pantalones grises, y zapatos deportivos blancos. La Sra. Beaudygood lo presentó.
“Chicas, saluden a Jules Mertens. Es de Bélgica, y será nuestro nuevo miembro.”
La mayoría de las chicas (evidentemente igual de enamoradas que yo) lo recibieron con los brazos abiertos. Pero Candice, quien competía conmigo para ser la mejor bailarina en el escenario, se mostró escéptica.
“Ash. Creo que se equivocaron,” dijo. “El campo de baloncesto está hacia el otro lado.”
Era claro que Candice creía que los chicos no servían para el ballet. De inmediato respondí, “Candice, los chicos están tan capacitados para el ballet como las chicas, y sé que tú lo sabes.”
Pero Candice, quien era demasiado desagradable, no se detuvo. “Sí, claro. Oye, niñita, tu novio te espera en casa,” dijo despectivamente y las demás se rieron. Jules claramente se mostró ofendido por esto puesto que frunció el ceño y cerró la puerta de un golpe, yéndose de ahí.
Hice como si quisiera ahorcar a Candice, por insultar a mi “crush”, pero me contuve, y salí en busca de el apuesto chico.
Más tarde, fui a caminar al parque y encontré ahí mismo a Jules. Estaba sentado en una banca, con sus auriculares puestos, comiendo una paleta helada mientras hacía su tarea. Me senté a su lado e intenté hablarle, pero parece que la música de sus audífonos bloqueaba el sonido de mi voz.
“No le hagas caso a Candice.” Pero Jules seguía perdido, así que se lo repetí, más fuerte. A la segunda vez por fin escuchó. Se quitó los audífonos y me vio ahi.
“No le hagas caso a Candice. Lo único que le pasa es que es celosa y ambiciosa y solo quiere ser la mejor en todo, incluido el ballet. Por eso arremete verbalmente contra todos, para provocarles inseguridad y quitarlos del camino. Ella no cree en esas cosas. No tienes la culpa.”
“No, tal vez tenga razón,” dijo con un marcado acento. “Tal vez no debería estar aquí. Digo, llevo apenas dos meses practicando y ustedes como seis años, este lugar me queda muy grande.”
Le puse una mano en el hombro y le dije firmemente, “¿Leah y Madison? Sólo llevan dos semanas practicando, y sin embargo, terminaron aquí. Si ellas pudieron, tú también.”
“¿De verdad crees eso?” se sonrojó. Yo asenté, y luego me presenté.
“Augusta Jones”, le extendí mi mano.
“Jules Vertens”, nos dimos la mano y lo invité a mi casa. “Vamos a cenar macarrones de queso con pan de maíz.”
“¡Vamos!” El aceptó de inmediato. Ya en casa, lo introduje a mi familia.
“Él es Jules Vertens, de Bélgica.”
Mis papás fueron los primeros en saludarlo.
“Hola, Jules”, dijo Mamá.
“Un placer conocerte”, dijo Papá.
Imani comentó, “Eres muy atractivo.” Al igual que yo, tenía debilidad por los extranjeros de piel clara. Jules se sonrojó.
Le di la mano y lo guie a su silla. Una vez sentados, por alguna razón no nos soltamos las manos. Caleb notó esto y se burló de nosotros haciendo sonidos de beso con la boca. Mi mamá le dio un pequeño sape.
“Caleb..”
“Jules, cuéntanos sobre tí”, dijo Imani.
“Vengo de Bélgica, me gusta leer, los videojuegos y de grande quiero ser socio de una start-up.”
“¿En qué trabajan tus papás?” intervino Caleb.
“Mi mamá es maestra de matemáticas y mi papá es ingeniero. Viajan mucho por sus trabajos y ya he viajado por todo el mundo. Así que ahora estoy aquí en Nueva York.”
Seguimos conversando y mi familia quedó encantada con él. Jules al mismo tiempo quedó fascinado. Nuestra cocina tradicional es tan diferente a la cocina tradicional belga. Recibió un mensaje de texto de su mamá para que se fuera a casa.
“Bueno, es mejor que regrese a mi casa.” Se levantó, agradeció la comida, y se despidió uno por uno de nosotros, siendo yo la última. Nos abrazamos.
“Nos vemos mañana en la práctica de ballet.” Le pase su bufanda y él se la puso, antes de salir. Voltée a ver a mi familia; todos tenían grandes sonrisas en sus rostros.
“¿Qué?” es todo lo que pude preguntar. Y a pesar de que intenté ocultarlo a mi familia, no podía negarme a mí misma que entre Jules y yo volaban chispas.
Pasaron los días en la clase de ballet de la Srita. Beaudygood. Yo y Jules dimos nuestro mejor esfuerzo. En tan solo tres semanas, Jules se había vuelto tan bueno como yo en la disciplina, pero seguíamos teniendo que soportar los celos de Candice, quien hacía cualquier broma o truco para sabotear nuestros esfuerzos. Realmente odiaba a esa niña, aun más cuando me decía que Jules no pertenecía ahí. ¡Era yo quien pertenecía ahí! Debo admitir que Jules se veía muy bien en un leotardo y zapatos de tacón alto, a pesar de las burlas de mucha gente en la calle quienes asumían que era “gay” solo por tomar ballet. Si es gay, ¿entonces cómo explicas la afección romántica que estamos desarrollando entre nosotros?
Todo siguió así durante un mes, cuando yo y Jules empezamos a salir. Él, ya experto en la materia, rivalizaba conmigo y se estaba ganando el afecto de todos.
“Bien, clase, esta será la última clase del mes,” dijo la Srita. Beaudygood. “Y no dejo de impresionarme con su progreso. Bien, dicho lo dicho, ¡a bailar!”
La Srita. Beaudygood puso la música y todos copiamos los pasos. Me concentré en bailar en pareja con Jules, pero no pude evitar notar que Candice sonreía engreídamente, como si hubiera hecho algo malévolo. Decidí no quitarle la vista de encima.
Pasaron unos cinco minutos, y de repente, y abruptamente, Jules me soltó...¡y empezó a rascarse la espalda! ¿Qué estaba pasando?
“¡Srita Beaudygood! ¡Apague la música!” dijo él apenado pero la maestra le hizo caso.
De repente, Jules se estaba retorciendo en el piso y no podía dejar de rascarse todo el cuerpo mientras todos se reían, incluida Candice. La Srita. Beaudygood dio un par de palmadas.
“¡Ey, dejen de reírse! ¡Ya basta!” Corrió hacia Jules para ayudarlo. “Querido, ¿estás bien?”
“Tengo...tanta comezón,” dijo mientras la maestra lo levantaba. De repente, noté que a Candice se le cayó algo. Corrí a recogerlo y la encaré.
“Candice...¿qué es esto?” le pregunté mostrando un tubo con una etiqueta, y noté que ella se puso muy nerviosa.
“Eh...nada, no es nada. ¿Me lo devuelves por favor?”
Leah intervino, “No, esto me interesa.”
Madison también, “Sí, ¿qué estás tramando?”
Candice fingió estar sorprendida. “¿Tramar algo? ¿Moi?”
La Srita. Beaudygood finalmente interceptó el tubo y leyó la etiqueta. “Polvo picapica.” ¡Era claro que había puesto el polvo en su leotardo para incitar esa reacción! La maestra volteó a ver a Candice muy furiosa y yo también.
“¡Admítelo! ¡Intentaste sabotear a Jules!”
Todos empezaron a recriminarle al mismo tiempo y ella finalmente cedió.
“Bueno, ya, ¡lo admito! ¡Todo fue para humillarlo frente a todos y que así quizás la Srita. Beaudygood lo sacara de la clase!”
“Realmente eres una malvada...” dije yo rechinando los dientes y apretando el puño.
“Bueno, ¿puedes culparme? ¡Él no pertenece a esta clase!”
“¡Eres tú la que no pertenece a esta clase!” dijo Madison y todas le siguieron. Yo palmeé a mi amiga en la espalda. Por fin, alguien que la pone en su lugar.
“Te metiste con mi novio ¡y pagarás por ello!” me acerqué hacia Candice pero su soberbia no desapareció.
“Ay, en serio, ¿noviecita? ¿Y tú qué me vas a hacer? ¿Qué autoridad tienes? Ninguna. ¿Quieres problemas? ¿Los quieres?”
“¡SUFICIENTE!” el grito de la Srita. Beaudygood fue suficiente como para que ambas nos detuviéramos. Contó hasta tres para recuperar la calma y luego dijo. “No toleraré ese tipo de comportamiento en mi clase.” Se dirigió a Candice quien ahora sí se encogió. Ya tenía bien claro que estaba en problemas. “Candice, lo que hiciste no tiene nombre. Va más allá de vergonzoso. ¡Es inaudito! ¡Inaceptable! Madison tiene razón, tú no perteneces a esta clase, así que estás fuera de ella.”
“¿¡QUÉ?!” ver su cara de horror me hizo reír mucho. “Pero, Srita. Beaudygood...”
“Y por cierto, llamé a tus padres. Estás en problemas.”
Candice quedó congelada y el asistente de la Srita. Beaudygood, Marcus, la arrastró fuera del salón, mientras yo le decía, “Pásatela bien...en la escuela militar.”
“¡Iré por ti, Jones! ¡Y por tí tambien. Vertens! ¡No se librarán de mí!” siguió gritando
mientras Marcus cerraba la puerta y ambos desaparecían detrás de ella, tras lo cual todos celebramos. ¡Ya nadie más tendría que soportar las artimañas ni la personalidad de Candice!”
Besé a Jules quien claramente aún estaba apenado por todo lo que sucedió, puesto que estaba rojo como un tomate. Le di la mano.
“Ven, vamos a mi casa para que te bañes.”
Salimos de ahí, y tras ese incidente, todas las chicas en mi clase terminaron de encariñarse con Jules.
Cinco meses después de este incidente, las clases de ballet transcurrieron de la mejor manera posible. Yo y Jules ya llevábamos de novios algún tiempo y la relación que tenia con él, nunca podría tenerla con otra persona. Y todo parecía ir bien, hasta que no fue tanto así. Un día, al regresar de la escuela, recibí una noticia que cambiaría mi vida.
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